Si el alma es un apéndice del cuerpo, la razón lo es del alma. El sistema nervioso consigue centralizar el control del cuerpo y al software contenido, a la información encerrada en esta red de neuronas yo la llamo alma. La llamada razón es la parte del espíritu que está representada por el lenguaje, que está asociada a símbolos. Es la invención más nueva y menos probada. No es de extrañar entonces que tantas veces traicionemos a nuestros planes. Lo que no es la razón - llamémoslo intuición - no se deja dictar tan fácilmente por ese nuevo tirano que surge con la comunicación simbólica. Tomar a este recién llegado por el centro del alma es un gran error, no digamos ya considerar que ambas cosas (el continente y el contenido) son una sola.
Pensar es hablarse a uno mismo. La conciencia - despojémosla de su acepción de juez moral - nos permite comunicarnos con nosotros mismos, enlazar de alguna forma la boca y la lengua con el oído y los ojos, enlazar la conducta con la percepción. Todo esto es fantástico y es un bello propósito tratar de potenciarla y expandirla, pero lo que es un pecado contra el propio ser y ha sido largo tiempo un mandamiento es negar, reprimir y encoger la intuición. La intuición tiene todo lo que hemos aprendido sin notarlo durante nuestra vida, quizá durante millones de años si existen los instintos - entendiéndolos como conocimientos heredados e innatos. Hemos de aprender otra vez a escuchar lo que no son palabras ni razón y nos susurra desde dentro.
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